Cámaras omnipresentes, jueces de línea en vías de extinción, errores que persisten pese a todo: la tecnología fascina tanto como divide. El tenis, en una encrucijada, sigue buscando su equilibrio entre progreso y emoción.
Estrellas exhaustas pero omnipresentes, torneos cada vez más largos y exhibiciones convertidas en un negocio en sí mismo: el tenis revela sus contradicciones más profundas, entre espectáculo y supervivencia física.
Nacido casi por casualidad en un jardín de Acapulco, el pádel se ha convertido en cincuenta años en un fenómeno mundial que seduce tanto como inquieta al tenis. Su fulgurante ascenso ya está trastocando el panorama de los deportes de raqueta.
Equipaciones, logos y colecciones personalizadas: las marcas invierten millones en los jugadores, transformando cada partido en un escaparate publicitario mundial.
De la bola amarilla al micrófono, solo hay un paso. Liberados de las restricciones del circuito, varios extenisistas se lanzan al podcast para contar su deporte de otra manera — y a veces convertirlo en un negocio muy lucrativo.
Para Sam Querrey, Iga Swiatek ha dado un paso decisivo: después de haber estado confinada durante mucho tiempo a la tierra batida, la polaca conquistó Wimbledon y Cincinnati, demostrando que ahora puede reinar en todas las superficies del circuito WTA.